Existen numerosas razones para plantearse si el turismo low cost merece la pena. Frente a un turismo de calidad, tenemos claro que preferimos este último. Pero en ausencia de demanda de calidad, puede que nos veamos obligados a aceptar este tipo de turismo tan poco beneficioso para casi nadie. Al fin y al cabo, el fenómeno se comporta como si de un círculo vicioso se tratara. Así, a más turismo de bajo coste, menos turismo de calidad se sentirá atraído por nuestro destino o nuestro negocio. A menos turismo de calidad, más turistas low cost y precios más bajos. Y así sucesivamente.
Sin embargo, sea cual sea nuestra situación particular existen muchos motivos para reflexionar, con calma y argumentos, si el turismo low cost nos trae cuenta a la larga. Puesto que son numerosos sus inconvenientes, mucho más que sus beneficios. Pensemos entonces, en esas razones por las que ya es hora de que pongamos al turismo low cost en tela de juicio. Veamos.
1. Resulta muy complicado volver a subir los precios
La principal característica del low cost, como su propio nombre indica, es el precio bajo. Si nuestro destino o nuestro negocio turístico se desenvuelve habitualmente en este tipo de turismo le costará mucho volver a subir los precios si un día se ve obligado a hacerlo. Como por ejemplo, ahora, ante la coyuntura económica actual y con la inflación, de récord, que hemos alcanzado.
Por un lado, los clientes busca-ofertas están acostumbrados siempre a esos precios mínimos y subirlos supondría perderlos como clientes. Y por otro, hay otra clase de cliente que en momentos previos hubiera estado dispuesto a pagar más (o de hecho lo pagaba) por un mismo producto o servicio. Pero ahora, al estar acostumbrado a una política de bajos precios, si le pedimos un precio superior puede hasta sentirse engañado.
Y es que es fácil acostumbrarse a lo bueno, pero no tanto a lo menos bueno. Así, mientras que un precio puede bajar de golpe sin que, obviamente, el cliente se queje, para subir se ha de hacer gradualmente e intentando que se note lo menos posible.
2. El turismo low cost genera una mayor competencia
Entre destinos y entre empresas y negocios del sector. Porque los bajos precios atraen a un mayor número de turistas. Pero también a un mayor número de prestadores de servicios que están dispuestos a trabajar por márgenes imposibles. Se abren más bares pero también acuden más puestos ambulantes de comida. Surgen más negocios alojativos, pero los particulares también comienzan a alquilar sus viviendas. Aparecen más tiendas de souvenirs, pero también más venta callejera. En fin, una competencia no siempre leal y difícilmente sostenible, que a su vez obliga a la curva del precio a seguir cayendo en picado.
3. Este cliente es difícil de fidelizar
Y poco recomendable por lo general. Porque a este tipo de clientes lo que más les suele motivar, y en fin, lo que impera a la hora de tomar sus decisiones es el precio. El resto de acciones, entonces, pueden caer en saco roto. Sobre todo si subes precios o si aparece un destino más barato que el tuyo, o un competidor que entre en el juego de la oferta permanente.
4. Productos y servicios de peor calidad
Uno de los grandes inconvenientes del turismo low cost es que la calidad merma. Queramos o no, y tratemos de evitarlo por todos los medios, un margen justito no nos dará para hacer milagros. Podemos optar por reducir las raciones de nuestros platos. O por suprimir las amenities de nuestras habitaciones de hotel. Podemos incluso meter más sillas en nuestro comedor o recortar el bufé del desayuno. Pero aún así, y además de la cantidad, la calidad fallará.
Porque tendremos que trabajar bajo unas condiciones que no serán las óptimas. Por ejemplo, más gente, horarios más amplios, menores propinas… Porque no obtendremos el beneficio que nos permita mantener motivados a nuestros empleados ni a nosotros mismos. Ni podremos seguramente compensarle y compensarnos como nos merecemos. En definitiva, porque en algún lugar se tiene que reflejar que ganamos menos por lo mismo.
5. Deterioro de la imagen del destino
Por su masificación, que suele siempre acompañar a este fenómeno del turismo de bajo coste. Además, como decíamos antes, del hecho de que la imagen de un destino con precios por los suelos no suele atraer al turismo de calidad, ya que su imagen se asocia con una falta de calidad manifiesta. Una situación que si se mantiene en el tiempo puede resultar muy difícil de revertir.
6. Gran impacto ambiental
Si ya todos nosotros en nuestra vida diaria y durante nuestro tiempo de ocio causamos un importante impacto negativo en el medio ambiente, imaginemos lo que puede suponer un destino masificado. Y ya no es porque estos turistas busquen disfrutar de unas vacaciones más o menos baratas, sino porque estos destinos llegan a saturarse de un modo que a veces puede ser irreversible.
Además de esto, el coste para las administraciones y para la población general se dispara. Pensemos en el alto consumo de agua potable; en cómo deben incrementarse los servicios de limpieza urbana, de seguridad, de recogida de residuos; en cómo aumenta la contaminación del aire, del agua; en la escasez de alquileres para particulares o incluso para trabajadores de temporada… Sin duda, es éste un aspecto sobre el que se ha de reflexionar detenidamente y sin más dilación.
7. Rechazo de la población
Como consecuencia de todo lo anterior, esa población que probablemente acogía con agrado hace unos años el turismo numeroso irá sintiendo cada vez un mayor rechazo a la figura del turista, sobre todo el low cost. Porque la percepción del local es la de un turista que invade su espacio, que consume sus recursos y que deja poco dinero para los perjuicios que llega a causar. Este rechazo, en ocasiones, puede derivar en turismofobia, un fenómeno relativamente reciente y que aumenta los efectos negativos y la imagen degradada del destino turístico.